lunes, 4 de abril de 2011

TAREA DE CASTELLANO

NOMBRE: Lina Maria Quesada
CURSO: 606


Poema
Lágrimas de soledad 

Lágrimas de soledad besan mi rostro y secan mi alma, 
de soledad son lágrimas las que hacen anochecer mis pensamientos 
como mata el tiempo la vida de todo y nada, 
como la noche cae inesperada por antojo de astros, 
como flor que marchita. 

Lágrimas de soledad besan mi alma y secan mi rostro, 
besos fríos que desconfían, caricias que duelen 
como desliz de un cuchillo en piel. 

Oh Lágrimas de soledad, secaos cálidas en los bastos prados de mis sueños, 
cosecha el dolor que sembráis en mis deseos 
como sonrisas hacen esbozar alegría para llorar la vida, 
para oler del cantar de las aves sus ánimos. 

Lágrimas de soledad que soplan tormentas de tormentos, 
como el lago sucumbe al cielo... 
secaos cálidas para llorar la vida. 



Cuento

  La paloma
A nuestro padre el zar.
Cuando nació el príncipe Durvati primogénito del gran Ramasinda, famoso entre los 
monarcas indianos, vencedor de los divos, de los monstruos y de los genios; cuando nació, 
digo, este príncipe, se pensó en educarle convenientemente para que no desdijese de su 
prosapia, toda de héroes y conquistadores. En vez de confiar al tierno infante a mujeres 
cariñosas, confiáronle a ciertas amazonas hircanas, no menos aguerridas que las de Libia, 
que formaban parte de la guardia real; y estas hembras varoniles se encargaron de destetar y 
zagalear a Durvati, endureciendo su cuerpo y su alma para el ejercicio de la guerra. 
Practicaban las tales amazonas la costumbre de secarse  y allanarse el pecho por medio de 
ungüentos y emplastos; y al buscar el niño instintivamente el calor del seno femenil, sólo 
encontraba la lisura y la frialdad metálica de la coraza. El único agasajo que le permitieron 
sus niñeras fue reclinarse sobre el costado de una tigresa domesticada, que a veces, como 
en
fiesta, daba al principito un zarpazo; y decían las amazonas que así era bueno pues se 
familiarizaba Durvati con la sangre y el dolor, inseparable de la gloria.
  A los dieciocho años, recio, brillante y animoso, entró el príncipe en acción por primera 
vez, al lado del rey, que invadía la comarca de Sogdiana y Bactriana, para someterla. 
Erguíase Durvati sobre un elefante que llevaba a lomos formidable torre guarnecida de 
flecheros; cubría el cuerpo de  la bestia un caparazón de cuero doble y en sus defensas 
relucían agudas lanzas de oro. Escogida hueste de negros armados de clavas cercaba al 
príncipe, y cuando se trataba de lid, Durvati se estremecía, sintiendo que los pies enormes 
del belicoso elefante, que barritaba de furor, se hundían en cuerpos humanos, reventaban 
costillas, despachurraban vientres y hollaban cráneos, haciendo informe masa 
sanguinolenta y palpitante. Al acabarse una batalla más reñida, Durvati osó preguntar a su 3
padre, el gran rey, si aquella gente aplastada sufría mucho y si placía a Brahma que la gente 
sufriese. Y Ramasinda, colérico de la pregunta, que le pareció rasgo de flaqueza en el novel 
guerrero, sólo
contestó con palabras de un cántico sagrado: "Mira delante de ti la suerte de los que fueron; 
mira delante de ti la suerte de los que serán. El mortal madura como el grano y como el 
grano renace." Acababa de pronunciar estas palabras Ramasinda, cuando cortó el aire una 
flecha y vino a fijarse, temblando, en la espalda del rey. Durvati, precipitándose hacia su 
padre, solo alcanzó a recibirle en brazos moribundo. La tropa, después de hacer pedazos al 
matador del rey, proclamó a Durvati, gritando que era preciso llevar a sangre y fuego aquel 
país, y que el nuevo rey sabría cumplir tan alta empresa.
  Aquella noche, el huérfano se durmió con sueño de plomo y soñó cosas raras. 
Representósele otra vez el triste fin de su padre; sintió la humedad de la sangre que manaba 
la herida y la humedad del llanto que él mismo, Durvati, no se había atrevido a derramar en 
presencia del Ejército, pero que ahora fluía copioso, empapando sus ropas. Y cuando 
desahogaba así el dolor, parecióle que sobre su pecho notaba un calor grato y suave, como 
un peso delicioso, y rozaba su cara algo fino cual seda. Era, a su parecer, una blanquísima 
paloma, de rosado pico, de cuello de bizantinos esmaltes verdiazules, de benignos y 
amorosos ojos negros, que arrullando mansamente murmuraba a su oído una frase 
misteriosa. El arrullo calmó las angustias del príncipe, y le sepultó en un anonadamiento 
absoluto, reparador. Al despertar, gritó de sorpresa. Echada a su lado, recostada la frente en 
su pecho, había una mujer muy joven, celestialmente bella, de blanco seno, de rosada boca, 
de cabellera sombría y
suelta como plumaje de aves, de negras pupilas; y al preguntar atónito, Durvati quién era la 
admirable criatura, fuele respondido que una cautiva, una esclava, por hermosa señalada 
para botín real, y que a no haber sido muerto el rey Ramasinda, estaría ahora en su tienda y 
no en la de Durvati.
  Mozo era, y nunca había ardido en su corazón el incendio que transforma y perpetúa los 
seres. En aquel punto y hora lo sintió con tal fuerza, que se borró de su mente cuanto no 
fuese la cautiva. Olvidando planes de conquista y dominación, fijó sus reales en la ciudad 
más próxima, y embelesado en coloquios deleitosos se pasaba la existencia. No por eso se 
crea que Durvati se entregó a la molicie y al desenfreno. Al contrario; poseído casi siempre 4
de exquisita delicadeza, con casto arrobamiento, amaba a la cautiva a la manera que 
enseñan los kandas, o himnos védicos (con el atmán, o que quiere "aliento" o "espíritu"); 
repitiendo aquellas palabras consagradas: "En verdad, lo que amamos en la mujer no es la 
mujer, sino el espíritu; y quien busque en la mujer más que el espíritu, será abandonado por 
Brahma." Recordando que la primera noche en que tuvo cerca a su amiga soñó Durvati que 
una paloma se le arrimaba arrullando, Paloma la llamó, y Paloma la nombraron todos.
  Lo que más encantaba a Durvati en Paloma, y lo que justificaba tal apodo era la ternura, la 
mansedumbre, la piedad, la blanda condición, tan diferente de la de aquellas feroces 
guerreras sin atributos femeniles, entre cuyas manos se había criado el joven rey; y según 
éste intimaba con Paloma, y la frecuentaba, y se apegaba a ella, y pasaban juntos las largas 
siestas del estío a orillas de los lagos cristalinos y bajo los copudos árboles, le repugnaba 
más y más la idea de la crueldad y de la matanza, se le hacía más cuesta arriba lanzar al 
combate otra vez sus huestes. Ya dueña de su confianza, y usando de la libertad que da el 
afecto, Paloma le pintaba con sus colores horribles el estrago de la guerra y le aseguraba 
que todos tienen derecho a vivir y deber de amarse, para disminuir los males que cercan en 
la tierra al mortal.
  Por desgracia, no poseía cada soldado de Durvati su Paloma; furiosos con la inacción, 
vejaban y oprimían a los naturales, y el país se alzaba indignado, clamando independencia o 
muerte. Los jefes, compañeros del victorioso Ramasinda, aficionados al combate, 
maldecían y renegaban de la hechicera que tenía embaucado al rey, y suspiraban por el 
momento de armar a sus elefantes de combate y arrojarse al botín y a la gloria. La sorda 
conjuración contra la favorita tomó cuerpo al difundirse una noticia grave: contra todos los 
ritos costumbres y leyes, contra el decoro de su nombre y las tradiciones heroicas de su 
raza, Durvati iba a elevar al trono a aquella mujer, y regresar después a los bordes del 
Ganges, abandonando la tierra ganada por el empuje de sus armas, devolviendo la libertad a 
sus moradores, sin apropiarse ni una pulgada de territorio ni una oveja de ajeno rebaño. 
Cundió la nueva entre las tropas, y oyéronse maldiciones e imprecaciones contra el 
afeminado rey que los
deshonraba y envilecía. Era preciso que su razón estuviese perturbada, y que aquella bruja, 
secuaz de los magos, hubiese dado algún bebedizo o hierba mala al joven héroe, para que 
olvidase la dignidad real y los deberes de su cargo altísimo, que principalmente en la guerra 5
se resumen. Persuadidos ya de haber adivinado la causa de la decadencia y trastorno de 
Durvati, concertáronse las amazonas y los jefes, y una noche, sigilosamente, sorprendieron 
y robaron a Paloma de la misma cámara real.
No ha logrado la Historia esclarecer su paradero; las desgarradoras quejas de Durvati, sus 
ruegos, sus amenazas, no consiguieron que los raptores se la restituyesen; únicamente, ante 
la insistencia del joven rey, quizá deseosos de hacerle irónica burla, idearon colocar en su 
lecho, mientras dormía, una paloma mansa, que llevaba por collar el anillo de la cautiva: 
paloma de níveo plumaje, de tornasolado cuello verdi-azul, de rosado pico, de ojos negros, 
amantes y candorosos...
  No se sabe si Duvarti entendió la sátira, o si, en efecto, supuso que aquella ave arrulladora 
y dulce era el atmán o espíritu de su amada. Lo cierto es que, fingiendo atribuir el caso a un 
prodigio, convocó a sus huestes y les hizo saber que aquella metempsicosis de la amiga 
vuelta paloma significaba que Brahma quería la paz perpetua, la paz luciendo como blanca 
aurora sobre el mundo; y que esta resolución estaba decidido a mantenerla, cortando la 
cabeza sin demora a quien se opusiese o suscitase dificultades de cualquier género.
Y en efecto, en todo el reinado de Durvati no se derramó gota de sangre humana.
"Blanco y Negro", núm. 435, 1899.


Fabula
el turpial y la ocarina- Tolima

Teodoro había nacido en la chamba de familia muy pobre, pero era un lugar mágico, donde la tierra se convertía como en plastilina para moldear bellas ollas y hermosas vajillas, que cuando se hornean se ven con chispitas doradas que llaman Oropel.
Teo, como le decían, tuvo una hermanita, a la que llamaron Xiny, bella como todas las niñas, pero nació muy débil y él se convirtió en su sombra y en su mejor cuidandero.
Mientras los padres y abuelos fabricaban ollas y figuras, Teo con Xiny eran pastores de burros y burritas.
Allá todos deben tener una, porque utilizan el estiércol que cuando se seca y lo desmenuzan lo mezclan con la arcilla y transforma el color.
Entonces el oficio de los niños era llevarlas a buenos pastos y recoger ese estiércol seco tan original.
A la burrita de ellos le pusieron el nombre del remedio que necesitaba Xiny, "Teofilina", sólo que a veces no alcanzaba el dinero para comprarlo.
Pero a Teo y a Xiny lo que más les gustaban era oír los pajaritos y el turpial.
Teo sabía hacer flautas, tocaba la dulzaina, y hacía pitos para imitarlos, mientras la voz dulce de Xiny acompañaba y cantaba las canciones de Teo.
Hasta que un día Teo se propuso que con la arcilla de las ollas, se podían hacer figuras para soplarlas y así dar el tono del turpial, como lo quería Xiny.
 En secreto hizo una figurita como una tortuga sin patas, le hizo cinco huequitos y sopló suavemente.
Se pudo feliz, le pareció que sonaba como el bello turpial, Xiny estaba muy malita, pero Teo le tenía ese regalo y ella al oír el bello sonido la llamó 
"Ocarina ".
 Entonces Teo compuso unas bellas melodías para que Xiny pudiera dormir, y  con la Ocarina se arrullaba bien, y podía dormir mejor.
Pronto los amiguitos le encargaron otras Ocarinas y Teo pudo comprar  el remedio para su hermanita,  pero no alcanzó el esfuerzo para curarla y Xiny se fué para el Cielo.
Y cada día Teo soplaba su Ocarina para que su linda hermanita, oyera su música y  cantara con todos los Ángeles.


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